Llueve en Dharamsala

Te – quie – ro

Tres sílabas que yo era incapaz de pronunciar. Cuánto me hubiera gustado poder decirle “te quiero” aquel verano del 94. Pero entre él y yo había un maldito muro de hormigón. No sé quien de los dos lo levantó. Da igual. Cualquiera de los dos hubiera podido traspasarlo. Ninguno lo hizo.

En Dharamsala llovía a cántaros. Pero no olía a lluvia. El olor a lluvia siempre anuncia algo nuevo. Y aquella historia no era nueva. Era la historia de nunca acabar. Estaba estancada y olía a moho. Los hongos verdes crecían en cualquier sitio. En la ropa, en los zapatos, en el pelo, en la piel, en las sábanas. Sábanas arrugadas con olor a moho.

Nunca he estado tan paralizada. Sentía que me faltaba hasta la voz. Tenía fiebre. Miedo. ¿A qué? Estaba deseando que acabase aquel maldito viaje. Pero no quería volver. Sabía al hacerlo todo habría acabado.

2 Comentarios

  • Responder abril 15, 2012

    karina

    Nona! me has hecho sacar lagrimas , pero dime..
    el amor se olvida? O simplemente se acostumbra a vivir uno con ese hueco en el alma?

    • Responder abril 15, 2012

      Nona Rubio

      El amor se transforma. Nunca se acaba.

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