Brasil, verde sobre verde

Sábado 18 febrero (sin más)

A dos escasos días de mi llegada empezaba a aburrirme el paraíso artificial en el que se ha convertido Itacaré. Desde que asfaltaron la carretera, el tranquilo pueblo de pescadores que era, frecuentado por hippies y surfistas hipnotizados por playas de postal, se ha convertido en una especie de parque temático para turisteo joven y medio-pijo principalmente brasileiro. A ver, no es que esté mal… Las playas, sobre todo las más alejadas, siguen siendo de postal, pero tanta moda «hawaiana» concentrada, como que cansa.
09h
Esta mañana pensé que hacía un día perfecto para viajar y que era fantástico no tener ningún plan. Por la noche hubo tormenta tropical. El cielo es mucho más interesante con nubes, te lleva más lejos. Hay días en los que solo me apetece pensar, pensar y no hacer nada, todavía… Es en esos días cuando más disfruto de los trayectos. La excusa ideal para entregarse sin problemas a la no acción. Que el mundo se mueva mientras tú lo observas quieto, creyendo mover en secreto hilos invisibles.
11h
Decisión: de Itacaré a las montañas de Lençois. El horizonte tan plano y la falta de sombra me atontan. La carretera atraviesa la inmensa selva atlántica declarada ¿a tiempo? biosfera natural. Verde sobre verde tan denso que asfixia. El autobús hace bastantes paradas. La gente sube y baja en medio de la nada. Aparecen y desaparecen detrás de toda esa vegetación que se los traga. Un cartel: «circule despacio. Animales salvajes. Monos». Si uno de esos monos felices de la biosfera asomara la cabeza no lo contaría. El conductor parece tener mucha prisa.
13h
Llegamos a Illeus, una ciudad sin atractivo aparente en la que solo vemos un simple trasbordo. Pero la falta de plan nos obliga a que descubramos en ella algo más. No hay billetes, hasta las 22:00 no sale el próximo bus. Por delante 9 horas de espera para intimar con este lugar. Busco una sombra. Ya no tengo prisa. Nadie tiene prisa. Escribo y bebo cerveza debajo de un árbol de grandes flores amarillas. El viento las suelta de sus ramas y desde el suelo todas me miran de cara.
18h
No sé, es como si todas estas horas no hubieran existido. Sin embargo, me he sentido a gusto. Sin más. Ya lo sé, los lugares no son lo que de verdad importa.
(con 7 horas por delante de autobús nocturno, rumbo, por fin, a las montañas).

Domingo 19 (de carreteras)

06h
Llego a Salvador. He pasado toda la noche en el bus. Por suerte los autobuses de brasil son bastante mejores que la clase turista de muchas líneas aéreas. Los asientos son prácticamente camas. Desde aquí otras 6 horas más hasta Lençois. Prefiero continuar ya. No tengo ganas de ciudad.
07.30h
Hora de embarque. Me acoplo y me duermo.
10.30h
Carretera interior. Este paisaje ya nada tiene que ver con la selva atlántica. Planicies de hierba seca, cactus y alguna palmera solitaria. En contraste, el cielo está oscuro y cargado de nubes que me llevan… «Despertar ahora depende/ solo de mi y de la tormenta/ respirar y sentir la lluvia/ resbalar sobre la cama…». Maga me hace recordar lo que quiero evitar. Se acaban las pilas. Busco otra distracción. El chico del asiento de enfrente tiene unas manos bonitas. Sus dedos largos tamborilean algo. También a él se lo han llevado las nubes. Los demás parecen dormidos. Hace calor y tengo la garganta seca.
11.30h
Por fin paramos. Compro pilas. En el bar de carretera bebo cerveza y hablo con el chico de los dedos largos. No es guapo. Son sus manos. Me cuenta que en el último trayecto que hizo el bus en el que viajaba atropelló a un hombre y a su caballo. El caballo murió en el acto y al hombre se lo llevó la ambulancia con la cabeza abierta. Me acuerdo del mono a salvo en su biosfera.
12h
Volvemos a la carretera. Música. En realidad no quiero olvidar. Recuerdo que fue él quien me dijo que el minimal era la música más sexy para bailar. Mientras lo explicaba creí que era cierto. Parecía estar dentro de un viaje sideral. Con todos esos micro sonidos que te dividen la cabeza en mil pedazos. Así fue como empecé a entenderlo. Ahora me gusta más pero me trae su recuerdo. He subido unas cervezas al bus. Me inspiran. Disfruto del paisaje que cambia. El verde vuelve asomar. Estamos cerca.
14.30h
El bus nos deja en un cruce de caminos a 12km de lençois. Alquilamos una van entre 8 de los que viajamos. Un rasta, el chico de los dedos largos y unos guiris muy blancos. La furgo se cae a pedazos. Eso nos hace parar unas tres veces más.
15h
Lençois… al fin

Lunes 20 (de iguanas)

Amanece
Las posadas aquí son famosas por sus desayunos (doy fe). El comedor está en un enorme balcón abierto a la montaña. Lençois es un oasis en medio del polvoriento interior del nordeste.
Calles adoquinadas y edificios del s. Xix pintados de colores. Exhuberantes colinas, cascadas, saltos de agua… El pueblo nació con la fiebre del oro, aunque el aluvión de aventureros y maleantes que vino en su busca encontró en su lugar diamantes (los diamantes que se utilizaron en las máquinas excavadoras que abrieron el canal de panamá eran de aquí!). Esto no les debió importar, está claro. Se establecieron en tiendas improvisadas que, vistas desde lejos, parecían sábanas secándose al sol. De ahí su nombre (Lençois significa sábana).

Caminata
Mi padre fue quien me enseñó a andar por la montaña que es casi como andar por la vida: en zig zag cuando hay rocas y pendiente, eligiendo bien cada paso, sin perder el horizonte. Me gusta este silencio. Veo un montón de iguanas verdes que corren asustadas. La montaña siempre me hace sentir más pequeña. Todo lo contrario a la apariencia. Algunos andamos por la vida camuflados como iguanas.

Brasil, febrero de 2006

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