Jeopardy, canciones crudas

Si Adrian Borland hubiera tenido madera de rockstar, probablemente la suerte de The Sound no habría sido la misma. Pero el apocado de Borland era demasiado humano para ser una estrella. Consciente de ello, tradujo esa certeza en canciones crudas de bordes afilados que acabaron por desangrarlo. “Jeopardy”, su disco debut, fue una sacudida cáustica. Pero lo que tenía que ocurrir, simplemente, no ocurrió.

The Sound se formó a principios de 1979 con Adrian Borland, cantante, guitarrista, y compositor, al frente. Fue una mutación surgida de su anterior banda, The Outsiders, en su afán por experimentar con estructuras más desafiantes que las bases del punk clásico. El resultado fue un sonido más introvertido y complejo que se plasmó en un EP llamado «Physical World» (Torch, 1979). Para entonces The Sound ya había nacido. La formación estaba compuesta por Adrian Borland (vocales, guitarra), Benita «Bi» Marshall (teclados, saxo, clarinete), Graham Bailey (bajo), y Mike Dudley (batería). El EP fue tan bien recibido por la crítica que pronto provocó su salto a una compañía más grande, Korova Records, un subsello de Warner Bros. al que pertenecían, entre otros, Echo and The Bunnymen.

En 1980 publican su primer LP, “Jeopardy”. El álbum, grabado en Elephant Studios y producido por Nick Robbins y The Sound, arrasa de principio a fin. La evolución es patente; a la rabia efervescente del punk rock, se suma ahora una sonoridad industrial, densa y fría, pero tremendamente humana. Las letras de Borland son pedazos crudos de realidad que completan el collage. «I’m sick and I’m tired / of reasoning / just want to break out / shake off this skin».

Desde el primer corte, queda claro. Borland siente claustrofobia dentro de Borland y lo define a la perfección en “I can’t escape myself”, una melodía inquietante y quejumbrosa, rota por un estribillo en el que chocan violentamente voz y guitarra.

Jeopardy” es un disco de personalidad bipolar, un pulso de emociones encontradas que asusta y fascina al mismo tiempo. Escucharlo es dejarse llevar por la historia esquizoafectiva de Adrian Borland y estar dispuesto a saltar de un estado anímico a otro en el tiempo que dura una canción. De la apertura dinámica y acelerada de «Heartland«, a la sofocante “Hour of need”; de vigorizantes píldoras punk pop como “Resistance” o “Heyday”, a los ambientes lúgubres de “Unwritten law” o “Night versus day”. El último track no es un punto final, “Desire” recoge toda la tensión emocional no resuelta en un crescendo que nunca rompe. «We will wait / For the night / We will wait…».

El álbum es, sin duda, la puerta de entrada al universo The Sound para los recién llegados. A pesar de ser uno de los valores olvidados del post punk inglés, su debut cumple con la doble máxima con la que debe cumplir todo aspirante a clásico: haber sido perfecto en su tiempo y ser perfecto ahora. Pero las buenas críticas cosechadas por “Jeopardy” fueron inversamente proporcionales al interés que mostró el público, y toda esa sonoridad experimental y descarnada condujo a la banda a su primer gran fracaso. Mientras crecían las presiones por parte de Korova hacía un sonido más comercial, el ánimo de Borland menguaba. La realidad de The Sound nunca llegó a encajar con los intereses económicos de las discográficas. La banda se separó en 1988.

En 1999, Borland se suicidó arrojándose a un tren en la estación de metro de Wimbledon. Tenía 41 años y acababa de terminar un disco en solitario titulado «Harmony and destruction«.

En el año 2002, Renascent, un sello inglés empeñado en rescatar clásicos de los 80’s, reeditará “Jeopardy”, incluyendo un EP, «Live Instinct«, con cuatro temas en directo, «Heartland«, «Brute force«, «Jeopardy» y «Coldbeat«.

Hoy, el interrogante sigue abierto, ¿por qué The Sound nunca pasó a la historia como uno de los grandes clásicos de su tiempo? Su música estaba a la altura de otros referentes del género como Echo and the Bunnymen o Joy Division, con los que la crítica se empeñaba en medirlos constantemente. Quizás fuera ese otro de los obstáculos que Borland no logró superar. Las comparaciones son odiosas y también peligrosas. Borland encogió a la sombra de sus coetáneos McCulloch y Curtis, y con él la promesa de ocupar un lugar entre los iconos de la era post punk.

En una de sus últimas entrevistas, al ser preguntado acerca de cuántas canciones había compuesto, contestó: «El número es lo de menos, lo importante es, ¿cuántas de ellas serán recordadas?”.

Artículo publicado en Go Mag

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